martes, octubre 30, 2007

Palabra de amigo

Raviol
Por Pablo Provitilo


Fue la rata del Pinguino, alcanzó a decir el hombre de saco ni bien llegó el turno de los comerciales. A esa altura de la tarde, recortada por la claridad de un sol intenso, ni el más eufórico enemigo de los Kirchner alentaba la idea del balotage. Cristina, montonera y ex militante de la Jotapé, se constituía en la primera mujer elegida por el sufragio popular.
Prematuramente, la noticia estaba escrita. Tristemente escrita. Aunque las tendencias suelen ser engañosas, como apuntó el columnista de economía ubicado a la derecha del conductor. Tuvo que tragar saliva el hombre de saco. Se limpió la frente empapada mientras comenzó a relojear los primeros cómputos en Córdoba, Capital Federal y San Luis. Atrás quedaban la sospechas de fraude fogoneada por él y sus compañeros desde las primeras horas del domingo.
Cruzando la General Paz, en cambio, tronó pirotecnia en la casa de Raviol, hombre canoso de 62 años, manos atizadas por la amargura y secuelas de un pasado deshonroso. Hace tiempo que una elección no lo conmovía, treinta, treinta y cuatro, cincuenta años quizás. Desde entonces todo fue lo mismo o casi. Hace poco pudo terminar su rancho luego de esperar una vida, esa vida que lo abandonó temprano cuando proyectaba algo más que una casa.
Padre de 6 hijos, mécanico de aviones, Raviol hizo la previa del resultado entre mates, cigarrillos y el afecto de los suyos. Alternando los principales canales, gritó su bronca ante las denuncias opositoras y la demora del resultado. "Están preparando el golpe, como en Venezuela", exageró. Cerca de las 7, la ansiedad se tornó insoportable. El cenicero testimoniaba casi dos atados de Parisiens consumidos con voracidad. Quedó solo, él y su televisor recién comprado. Hubo tiempo para resfregarse las manos, prender otro pucho y llamar a los hijos. Sin embargo, algo ocurrió en su interior ni bien la cuenta regresiva del televisor preanunciaba la inminente tendencia. Parecía perdido en el instante más esperado.
Una fuerte imagen del pasado lo depositó en el comentarista. Recordó un análisis de ese hombre trajeado, de mirada fija y actitud solemne en el año 2003 -"el ganador de esta elección, que en realidad perdió, no tendrá la legitimidad del voto popular porque ya podemos adelantar que no habrá balotage(...) será una especie de "chirolita" de Eduardo Duhalde". Entonces meditó sobre el último mensaje del conductor antes de que su mirada se extraviara y su imaginación se disparase. "Un eventual triunfo de Cristina, reforzaría el hegemonismo de Kirchner. Y ya sabemos cómo se maneja el presidente en un escenario sin oposición".
El pensamiento de Raviol se desplazó a cuestiones más profundas: reflexionó sobre el poder de los discursos, el paso de los años, la supuesta apatía de la gente en esta elección, la veloz mutación de un chirolita devenido en tirano. Solo la fiereza del grito de Moco, su hijo mayor, lo hizo volver a la televisor, el pucho y la atmósfera tensa. "¡Ganamos!". Raviol quedó en silencio, no tanto por la sorpresa de la única noticia que podía alegrarle ese domingo de octubre, sino por el autor de ese grito contenido. Fue Moco quien vio el derrumbe de su padre cuando asomaba a los 20 y las filas de la desocupación le partían el alma a los dos. Tal vez más al padre, de ahí su perplejidad. Muchos amigos de Moco se perdieron en el infierno de la pasta base y el paco, otros inviertieron su tiempo libre en el robo y el menudeo. Otros, directamente, no resistieron vivir así.
Campeaba el silencio después de la victoria de Cristina. Duró poco. En otro paisaje, tibiamente reconvertido en los últimos años, ahora reinaban pequeñas esperanzas, cantos de los pibes de la esquina, olor a petardos, carnes y vinos para degustar. "Es la gloriosa Jotapé", tal era el grito que devolvía la pantalla. El comentarista también sufría vómitos. "Serán los Jóvenes Pordioseros, qué tiene que ver", se interrogaba Moco al tiempo que saludaba los trapos argentinos con la imagen del Che. Parecía feliz. En el fondo, entre trastos viejos y herramientas oxidadas, Raviol buscaba una bandera perdida, un estímulo olvidado o, quizás, una excusa para explicarle cosas a su hijo. Para proyectar de nuevo: algo más que una casa.